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Canelón vivo | Escamas de hielo, licor y zanahoria | Coco-calamar | Lascas de merluza y huevas de besugo | Miguel Ángel & Angels & Dani & Josune & Eli & Antxon | Hojaldre glaseado de cordero | Pescado de lonja y amaranto | Raya asada y empapada | Helado de yogur, moras y aceite de romero | Mi breve selección cromática de un menú de 22 sorpresas en Mugaritz: si la cocina, al igual que ocurre con la música, se diferencia del resto de las artes en que su impulso pasa a formar parte no solo de nuestras emociones, sino de nuestro cuerpo físico, este es el lugar para dejarse poseer.

Es lo que tiene haber sido un mal estudiante; te pasas el resto de la vida aprendiendo e intentado averiguar hasta dónde habrías sido capaz de llegar si, por una vez, hubieras hecho caso de algunos buenos consejos vertidos en un mal momento. O, tal vez, esto no sea más que una excusa, una vía alternativa, para justificar una irrefrenable ansía de saber más y más sobre aquello que es capaz de emocionar y sacudir unas aletargadas y desentrenadas neuronas. Mal estudiante, buen aprendiz.

Esta reflexión viene al hilo de otra ya planteada hace unas semanas, en la celebración del segundo aniversario de Muslo y Pechuga; este ha sido un año de aprendizaje. O, para ser más exactos, mi primer año de aprendizaje planteado y desarrollado formalmente. No impuesto, no regulado, no mensurable pero, al fin y a la postre, tan positivo como satisfactorio.

Para ello he tenido la inmensa fortuna de contar con los mejores maestros: quienes me rodeanseamos sinceros, no todo sale bien a la primera– con su extraordinaria paciencia. También de unos cuantos buenos libros leídos, disfrutados, entendidos y asimilados –o eso quiero creer-. Pero también y, por qué negarlo, de ciertos programas de televisión. El cole; es decir el Basque Culinary Center, donde he disfrutado y aprendido de verdad, en un entorno profesional y rodeado de maestros y maestrillos, que de todos se aprende algo. De algunas visitas realizadas –cercanas unas, más lejanas otras, tanto física como emocionalmente– para ver, probar, reflexionar y degustar las extraordinarias y sorprendentes propuestas e interpretaciones. Y, sobre todo, de buenos amigos con los que conversar, comparar experiencias, reír unas veces y disfrutar del silencio otras. Y de los que aprender, ¡queda tanto por aprender!

Echando la vista atrás –es una buena fecha para hacerlo, ahora que solo faltan unos días para mi cumpleaños– creo que los resultados son visibles. Y, lo que es más importante, estoy plenamente convencido que este cambio –evolución– no ha hecho más que empezar; habrá cambios en este pequeño blog –necesarios unos, eludibles otros– pero el espíritu de aprendizaje permanecerá. Gracias maestros!