Me siento engañado. Y no voy a hablar ni de política, ni de fútbol ni de otros asuntos tan urticantes como innombrables. Me siento engañado con algo mucho más trascendente, común y generalizado. Me siento engañado con el verano. Me explico. Hace unos día que entramos en la cálida estación y su inicio se vio corroborado con un par de días luminosos y caniculares –en versión donostiarra, es decir poco más de 30ºC-. Y un servidor, crédulo hasta la médula como es, se dispuso inmediatamente a desempolvar las recetas más refrescantes, más vagas –es decir, de poco trabajo y menos calor– y más veraniegas de entre las anotadas en mis cuadernos de cocina. Gazpachos, salmorejos, sopas frías, ensaladas, carpaccios, pistos, tartaletas y tartares comenzaron a avanzar hasta colocarse en las primeras posiciones de un…
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