Vamos con una receta tan simple que casi produce sonrojo el anotarla, pero que, al mismo tiempo, es de un resultado tan delicioso y sorprendente que puedo garantizar –y garantizo– que su sola lectura y degustación provocará un enjambre de nuevos adictos y desesperados a la caza y elaboración de la «panceta perfecta». Quedan ustedes –y sus arterias– advertidos. Fue hace ya unos años cuando esta elaboración apareció por primera vez ante mis ojos en uno de esos anodinos programas de cocina en el que lo verdaderamente interesante era la presentadora, la decoración y el paisaje. Repentinamente, en medio del murmullo –y arrullo– catódico, algo captó mi atención; unas palabras en –mal– italiano, seguidas de «cena de amigos» y el adjetivo «sencillo». Será por empatía perruna, pero alcé la…