Tal vez uno de los motivos por los que es más conocida esta, mi {bendita} ciudad de Donosti –gastronómicamente hablando– es por sus pintxos –pinchos, tapas, cocina en miniatura, banderillas, gastrobares o el sustantivo que ustedes prefieran aplicar-. Una de las curiosidades a este respecto es que cada donostiarra –o cada cuadrilla de ellos/nosotros– tiene su propia ruta de bares implantada profundamente, tal vez al nivel del ADN, y la repite, repite y repite, ignorando al resto –muchos, muy buenos y muchas veces puerta con puerta– y condenándolos a la más absoluta inexistencia. Tal vez algún día exista un ordenador lo suficientemente avanzado como para desentrañar este comportamiento genéticamente implantado en nuestros pobres cuerpos y cerebros. Que así sea. Uno de estos locales esenciales y habituales cerró ya hace unos años provocando en quien esto…