Vuccira

«La Vucciria«, el mercado de Palermo –Sicilia, Italia– pintado –interpretado más bien– por el genial expresionista Renato Gutusso en 1974. Una explosión de colores y formas que acompañan la –aparentemente– caótica distribución de carnes, pescados, hortalizas, frutas, lácteos, embutidos, mariscos, huevos, verduras y setas. Sangre, sol y agua. Un impresionante y saturado reflejo de la diversidad y abundancia amalgama de nuestros tradicionales mercados. Nunca dejéis de visitarlo; se aprende más de un pueblo en sus mercados que en muchos de sus museos. Y la frase no es mía.

Hace unos días que este casi abandonado espacio celebró su tercer aniversario. Y como viene siendo habitual en los últimos tiempos, los vientos de las obligaciones no me han permitido ni festejarlo, ni agradeceros vuestra paciencia, ni tan siquiera tomarme un tiempo para preparar y presentar una receta digna de estos más de 1.000 días que llevamos compartiendo sartenes y pucheros, alegrías y sonrojos, tristezas, fracaso, éxitos, sonrisas y confidencias.

Podría argumentar que cada vez que intento retomar de un modo normalizado esta tan satisfactoria actividad, los hados se las ingenian para desviar mi atención –más bien escasa por definición– hacia otros menesteres de la más diversa índole –léase trabajo, mudanzas, compromisos o inesperadas propuestas gastronómicas-.

Y ha sido precisamente este último aspecto –esta última tentación– la que me ha mantenido más dubitativo e inconstante a lo largo de estas últimas semanas. A modo de resumen diré que, en mi humilde opinión, los cocineros no deben hacer crítica por lo mismo por lo que los críticos no deberían cocinar. La teoría es –puede ser– tan brillante como la práctica, pero resulta mucho menos alimenticia. Y la práctica es –puede ser– tanto o más voluptuosa que la teoría, pero requiere de mucha preparación. He sentido una grandísima satisfacción al saber que alguien ha tenido la peregrina idea de pensar en mi como crítico pero, tras darle unas cuantas vueltas, no me siento ni capacitado ni cómodo en este papel. Lo mío son los pucheros, los mercados y los cortes, las quemaduras y las sartenes, las vueltas a empezar y las efímeras alegrías de un plato bien recibido. Alguien habrá dispuesto a discernir entre lo bueno y lo malo, lo peor y lo mejor. Yo, personalmente, prefiero limitarme a disfrutar. Que no es poca cosa.

Y la imagen es la que por fin, y tras muchos años de esperas, dudas y alternativas, preside mi nueva cocina. Solo espero que su explosiva exuberancia de productos y de mediterranía me ampare, acompañe e inspire en los próximos años. Ainsi soit-il.