Muslo y Pechuga
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Bacalao encebollado {en homenaje y celebración del Astelena}

Publicado el lunes, 20 marzo, 2017

Tal vez uno de los motivos por los que es más conocida esta, mi {bendita} ciudad de Donosti –gastronómicamente hablando– es por sus pintxos –pinchos, tapas, cocina en miniatura, banderillas, gastrobares o el sustantivo que ustedes prefieran aplicar-. Una de las curiosidades a este respecto es que cada donostiarra –o cada cuadrilla de ellos/nosotros–  tiene su propia ruta de bares implantada profundamente, tal vez al nivel del ADN, y la repite, repite y repite, ignorando al resto –muchos, muy buenos y muchas veces puerta con puerta– y condenándolos a la más absoluta inexistencia. Tal vez algún día exista un ordenador lo suficientemente avanzado como para desentrañar este comportamiento genéticamente implantado en nuestros pobres cuerpos y cerebros. Que así sea.

Uno de estos locales esenciales y habituales cerró ya hace unos años provocando en quien esto escribe una desazón existencial: ha cerrado el Astelena! Qué iba a ser de nosotros sin su barra, a menudo inalcanzable pero siempre dispuesta a hacernos celebrar su pasteles de pescado, su ropa vieja, sus hígados y bacalaos encebollados, sus croquetas multisabores… Lo más triste del caso es que, a día de hoy y en el mismo lugar, existe un bar –también con el mismo nombre– que decepciona a locales y que los turistas devoradores de guías obsoletas celebran como auténtico. Pena, penita, pena.

Por fortuna, la tercera generación de cocineros de este emblemático lugar, mantiene viva la llama del respeto y la cocina heredara de sus mayores en forma de restaurante; el estupendo y obligatorio Astelena 1997. Y también afortunadamente para mí, puedo presumir de haber sido alumno de Ander González, heredero y modernizados de un saber y sabor casi ancestral, a lo largo de varios cursos del Basque Culinary Center.

Fue precisamente en uno de esos cursos donde tuvimos la fortuna de conocer algunos de los secretos de esa barra que seguimos echando en falta. Y también tuvimos la oportunidad de conocer –entre otras sabrosas anécdotas, nunca mejor dicho– y de primera mano –ya que la historia es de sobra conocida entre los aficionados– cómo uno de los grandes de nuestra cocina, Juan Mari Arzak, encumbró hasta convertir en banderín de la Nueva Cocina Vasca una sencilla pero genial creación de la amona –abuela– del Astelena: el archiconocido Pastel de Pescado, transmutado a Pastel de Cabracho por obra y gracia de la sofisticación y modernidad – Nota: programar entrada sobre la receta de esta delicia atemporal-.

Para esta entrada he elegido otra de sus más emblemáticas recetas –el bacalao encebollado– por dos motivos. El primero es obvio para quienes sigan atentamente este pequeño espacio: adoro el bacalao –de hecho esta va a ser mi undécima receta sobre este maravilloso pez-palo-. El segundo proviene de la asombrosa sencillez de la receta que desemboca en un resultado sorprendente. De verdad que pocas veces una receta tan breve y accesible resulta, al mismo tiempo, tan deliciosa.

Para acabar; aunque he introducido dos variantes sobre la receta original –maldito tunning– he respetado el proceso y la esencia de la preparación. He optado por preparar el pimiento por separado y en dos colores –rojo y verde– para darle una nota de color y una textura crujiente –en la versión original, el pimiento verde se trocea y guisa junto con la cebolla-. Y también he incorporado un toque de arena de aceitunas negras cuyo sabor y textura contrasta estupendamente con la salinidad del bacalao y el dulzor de la cebolla. Solo espero no acabar en los infiernos por ello.

Ingredientes:

  • Un taco de Bacalao seco –unos 750 gramos– que partiremos primero en dos y luego en cuatro hasta obtener ocho piezas similares.
  • Cinco Cebollas blancas dulces –unos 1.750 gramos-.
  • Un Pimiento Verde –de tipo italiano-.
  • Medio Pimiento Rojo –de tipo Morrón o Entreverado-.
  • Unos 100 centilitros de Vino Blanco seco –opcional-.
  • Tres cucharadas de Maicena.
  • Cuatro cucharadas de Arena de Aceitunas Negras –comprada o preparada a partir de un bote de aceitunas negras deshuesadas-.
  • Aceite de Oliva de 0,4 de acidez.
  • Sal y Pimienta –al gusto y con moderación-.

Como es habitual en estos casos comenzaremos por desalar el bacalao. Ya he comentado en varias ocasiones que mi sistema preferido consiste en lavarlo cuidadosamente y mantenerlo en agua durante 36 horas con cambio de agua –siempre fría– cada 12. Insistir una vez más en que la calidad del bacalao –y del agua-, el tamaño y grosor de la pieza y las gustos más o menos salados de cada cual han de marcar el tiempo. Mi consejo; comprar siempre el mismo tipo de bacalao y jugar con el tiempo hasta obtener el punto de sal deseado.

Si optamos por preparar la arena de aceitunas negras –podemos comprarla– basta con escurrir las aceitunas deshuesadas, pasarlas brevemente por el robot o batidora, distribuir los trozos resultantes sobre papel sulfurizado y hornearlo a 80ºC durante unas tres horas. Transcurrido este tiempo, las pasamos de nuevo por el robot, volvemos a esparcir el polvo sobre papel sulfurizado y las horneamos una horas más –y a la misma temperatura– hasta que resulten secas y sueltas. Esta arena –o tierra– se puede conserva en un bote hermético durante varios meses al frío. El proceso es largo pero no requiere mayor atención.

Volvamos con la receta. Una vez con el bacalao desalado y seco podemos comenzar con el resto de la preparación. Lavamos y troceamos los pimientos en rodajas de unos 5 milímetros de grosor, las distribuimos sobre un papel sulfurado y las horneamos a 120ºC durante unos 45 minutos. Una vez asados, dejamos enfriar y preparamos una tempura rápida disolviendo tres cucharadas de maicena en un vaso de agua muy fría –casi helada– y sin remover demasiado –algún grumo aporta más crujiente-.

Calentamos a temperatura media suficiente aceite de oliva como para cubrir las rodajas de pimiento asado y, por turnos, las vamos pasando por la tempura rápida, la sartén –sin dejar que tomen color– y, finalmente, las depositamos sobre papel absorbente. Reservamos hasta el momento de emplatar.

Cortamos las cebollas en juliana no muy fina y la pasamos a una olla rápida con el fondo pintado con un hilo de aceite. Incorporamos medio vaso de agua –unos 100 mililitros– y, opcionalmente, otro tanto de vino. Salpimentamos y salteamos, sin dejar que tome color, hasta que los líquidos se evaporen y la cebolla comience a crepitar sobre el aceite.

Llegados a este punto cerramos la olla y, cuando el indicador de presión llegue a su posición máxima, apagamos el calor y dejamos cocer durante unos 18 minutos con el calor residual y la presión de la propia olla. Mientras tanto partimos el bacalao ya desalado hasta obtener ocho porciones que depositaremos en una cazuela en la que quepan holgadamente.

Una vez transcurrido el tiempo de cocción de la cebolla, la vertemos en caliente y acompañada de sus líquidos sobre la cazuela donde están los trozos de bacalao. Los cubrimos y dejamos que el calor guise el bacalao durante unos diez o doce minutos. La receta está lista para ser degustada. Para una presentación tradicional colocamos los trozos de bacalao sobre rodajas de pan y cubrimos con un par de cucharadas de cebolla, ahora sí, escurrida.

Para una presentación más elaborada pintamos el fondo del plato con una línea de arena de aceitunas, colocamos sobre ella un taco de bacalao escurrido. Sobre este depositamos una cucharada de cebolla guisada y, por último, decoramos con unas ruedas de pimientos de colores y unas gotas de aceite de oliva virgen extra.

La receta está lista para ser degustada. El bacalao resulta cocido en su justo punto por obra y gracia de la cebolla que, además, aporta un delicioso contraste de dulzor y melosidad a la salinidad del pescado. Todo ello matizado por el terroso y profundo aroma y sabor de la arena de aceitunas y el leve crujir del pimiento asado y terminado en una ligerísima tempura. Un placer tan accesible como intenso. Espero que ustedes lo disfruten y hayan disfrutado recordando el bar, las gentes y la historia que hay tras esta sencilla y deliciosa receta. Bon appétit!

Categorías:Pescados y Mariscos, Pintxos y Entradas, Primeros platos

Etiquetado:Aceitunas, Bacalao, Cebolla, Guisos, Pimiento, Vino

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Caldo oriental de Gambas con Pollo, Setas, Fideos y Verduras

Publicado el viernes, 10 marzo, 2017

Comencemos por aclarar que llamar «caldo» a esta receta es decir bien poco de ella ya que, en realidad, se trata de una combinación de múltiples ingredientes, de diversas procedencias –carnes, mariscos, vegetales, cereales– y orígenes –China, Japón, Tailandia…-.

Y si bien es cierto que el caldo –que elaboraremos a partir de las cabezas y corazas de las gambas– actúa a modo de hilo conductor del resto de ingredientes, son éstos quienes le confieren su peculiaridad por la combinación de los matices que cada uno de ellos aporta: crujientes verduras, melosos tallarines de arroz, tersura y profundidad del pollo marinado y asado, la salinidad dulzona de las gambas, el toque ahumado de katsuobushi, el punzante picor mineral de la cayena…

Todo ello combinado para conseguir un sorprendente, delicioso y reconfortante multi-caldo –o tal vez mejor, multi-plato– sencillo de preparar, sabroso y muy adecuado para esta época del año en la que los fríos y las lluvias –como los catarros– van y vienen y vienen y van. Vamos con los ingredientes;

  • Una docena de Gambas o de Langostinos de buen tamaño y crudos –pueden ser congelados-.
  • Unos 200 gramos de Setas Shitake –o Champiñones, Portobellos, etc. al gusto-.
  • Unos 200 gramos de Tallarines de Arroz.
  • Una docena de Tirabeques o Bisaltos –¡en plena temporada!-.
  • Cuatro Chalotas o Escalonias.
  • Un Pimiento Rojo del tipo Morrón o Entreverado.
  • Una Cebolla Morada.
  • Tres cucharadas de escamas o virutas de Katsuobushi –atún ahumado seco-.
  • Unas ramitas de Cilantro o Coriandro –solo emplearemos las hojas-.
  • Una Pimienta Cayena –o Guindilla, opcional y al gusto-.
  • Dos cucharaditas de Concentrado de Tomate –o seis cucharadas de tomate frito casero o de calidad-.
  • Aceite de Oliva Virgen Extra.
  • Sal y Pimienta –al gusto y con moderación-.

Para el Pollo Asado

  • Una Pechuga de Pollo de Corral –de buen tamaño y fileteada-.
  • Dos cucharadas de Salsa de Soja –recomendable baja en Sodio-.
  • Otras dos cucharadas de Aceite de Oliva Virgen Extra.
  • Una briznas de Estragón –al gusto-.
  • El zumo de un Limón.
  • Sal y Pimienta –al gusto y con moderación-.

Comenzaremos por marinar y asar la pechuga de pollo fileteada –que prepararemos o lo habrá hecho el carnicero-. Precalentamos el horno a unos 160ºC. Mientras alcanza la temperatura salpimentamos las pechugas y las juntamos con el resto de ingredientes en una fuente de horno. Mezclamos bien y dejamos reposar unos minutos para, a continuación, asar durante unos 20 minutos.

Terminado el proceso, sacamos la fuente del horno, dejamos atemperar y cortamos los filetes en tiras medias –de unos 5 ó 7 milímetros de grosor– y reservamos. Reservamos, también, los caldos del marinado y asado para incorporarlos posteriormente al caldo.

Mientras asamos la pechuga vamos preparando el caldo, base de la receta. Para ello pelamos las gambas –o langostinos– y reservamos las colas –a las que retiraremos los intestinos oscuros– al frío. Reservamos también las cabezas, recortes y caparazones para el caldo.

Pelamos y cortamos las chalotas en tiras muy finas y las pasamos a un wok o sartén amplia, bien caliente y con fondo –habrán de caber unos dos litros de agua-. Añadimos un par de cucharadas de aceite de oliva y las cabezas, corazas y recortes de las gambas y salteamos a fuego fuerte durante unos 5 minutos dejando que tomen color. Añadimos, a continuación, el tomate –concentrado o frito– y la cayena desmenuzada y continuamos removiendo bien durante un minuto más. Por último incorporamos unos dos litros de agua fría, salpimentamos y dejamos hervir a pequeños borbotones durante una hora –hasta que reduzca un tercio de su volumen aproximadamente-. Retiramos del calor y dejamos que continue infusionando.

Pollo, gambas y caldo en marcha, pasemos a las setas y verduras. Lavamos, pelamos y troceamos la cebolla en gajos amplios –cada verdura ha de ser un mini bocado-, lavamos y troceamos del mismo modo el pimiento, los tirabeques y las setas. Reservamos.

Tomamos una sartén amplia –o wok-, pintamos el fondo con un hilo de aceite de oliva y cuando está a máxima temperatura salteamos muy rápidamente los vegetales dejando que se tuesten ligeramente. Retiramos los vegetales y reservamos a temperatura ambiente. Pasamos un papel absorbente por la sartén, volvemos a pintar con aceite y repetimos la operación con las setas. Reservamos aparte.

Vamos con la fase final. Incorporamos al caldo los jugos del pollo asado y lo filtramos con la ayuda de una estameña –o superabag– hasta que quede libre de cualquier impureza –dos veces mejor que una-. Terminamos pasándolo a una olla amplia, comprobamos el punto de sal y lo llevamos a ebullición.

Una vez comience a hervir incorporamos las verduras, las virutas de katsuobushi y los tallarines de arroz. Removemos, tapamos y dejamos cocer a fuego suave durante unos 6 u 8 minutos hasta que los tallarines resulten melosos. Retiramos la olla del fuego, incorporamos las colas de las gambas, tapamos, dejamos reposar y nos preparamos para emplatar y servir.

Tomamos unos boles –o tazones– de mesa y disponemos en su fondo un par de cucharadas de pollo asado y troceado y otras tantas de setas salteadas –al gusto-. Cubrimos con el caldo bien caliente, cuidando en distribuir gambas, vegetales y tallarines en cada uno de ellos. Terminamos espolvoreando unas hojas de cilantro picadas muy finamente y unos copos de katsuobushi.

El resultado es un reconfortante y completo conjunto de ingredientes, sabores, texturas y aromas, tremendamente equilibrado, en el cual cada uno de los matices está presente, pero ninguno de ellos anula al resto. Un plato que como decía al comienzo, he denominado caldo, pero que es, más bien, un multiplato único, diferente y, también, multisabroso. Espero que ustedes lo disfruten… Bon appétit!

 

 

Categorías:Caldos, Cremas y Sopas, Hortalizas, Legumbres y Verduras, Pastas, Arroces y Cereales, Pescados y Mariscos

Etiquetado:Cocción, Especias, Gambas, Pasta, Pollo, Setas, Verduras

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Gallo confitado, pesto de Fresas y mantequilla de Almendras

Publicado el martes, 28 febrero, 2017

Esta receta es mi aportación a la Edición de Febrero de 2017 del Juego de Blogueros 2.0 que dirige y organiza nuestra amiga Mònica desde su Blog Dulcedelimón. Podéis deleitaros con el resto de recetas de esta edición dedicada, una vez más, a la Fresa en los blogs que escriben nuestras amigas y amigos:

  • Laura y Samuel de Aglutina2
  • María José de Aquí se cuece jugando
  • Carlota de Art i Cuina
  • Elvira de Así se come en Granada
  • Ana María de Azucarito
  • Carabiru de ¡Birulicioso!
  • Fe de Código secreto 280
  • Mònica de Dulcedelimón 
  • Rebeca de Enganchados a la Cocina
  • Inma de Entre 3 fogones 
  • Ana N. de Entre obleas y a lo loco
  • Raxel de Home & Run
  • Sandra de Justfoodlovers
  • Silvia K. de Kuinetes
  • Leila de La nueva cocina de Leila
  • Carolina de Las Recetas de Carol
  • Ligia de Los dulces de Ligia
  • Jorge de Mastercocinillas
  • María de Mins Cocina
  • Noelia de Noestevez’blog
  • Maribel de Picoteando ideas
  • Pamela de Recetas Económicas y Creativas
  • Neus de Rorosacabolas
  • Kemberlyn de Sonrisa vegana
  • Melissa de Soy Repostera
  • Maryjose de Tapitas y postres
  • Silvia A. de Unapizcadena

Tomates por Fresas.

Vamos otra vez con las fresas. Esta vez, al menos, no puedo argumentar que es un fruto que no me gusta; me encanta. De hecho tengo plantadas unas cuantas –del tipo Mara des bois-. Son bonitas, son perennes, no necesita mucho cuidado, dan unos frutos pequeños pero de aroma y sabor intenso y son, sobre todo, dulces. Ahora bien, y al menos por estas tierras, son fruto de primavera bastante avanzada… empezamos bien.

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Coma ya sabéis de mi aversión por preparar postres y dulces –o, más bien, mi nulidad manifiesta– una vez más toca darle unas cuantas vueltas a la receta. Lo primero que me vino a la mente fue el intercambio entre dos frutos bastante más similares de lo que tal vez pudiera parecer; las fresas y los tomates. Son dulces y ácidos, jugosos y carnosos, rojos y brillantes. Son, en definitiva, intercambiables.

Empecemos por ahí. Y el siguientes paso podría ser ¿un gazpacho de fresas? ¿O tal vez un Mojito o Bloody Mary de fresa? ¿Y qué tal si reconvertimos el clásico arroz con leche y coulis de fresas en un sushi de arroz glutinoso con trocitos de fresa envuelto en una gelatina de frutas?. Voy a tener que centrarme…

Las fresas y el mar {la mar}

Hace unas semanas me regalaron el libro de la Escuela de Cocina Scook de Anne-Sophie Pic –de quien ya hablamos en la anterior entrada; Crema de Coliflor con Naranja y Semillas de Cilantro-. No voy a insistir en lo elegante, refinada y delicadamente innovadora que resulta su cocina, baste con decir que me tiene totalmente cautivado y buscando cualquier excusa para presentarme a su puerta –soñar sigue siendo gratis, no?-.

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Ojeando dicho libro me llamó la atención que la misma reflexión que me había hecho acerca de las similitudes entre la fresa y el tomate, la Chef la tomara como punto de partida de una de sus maravillosas creaciones –Bogavante y Apio con frutas rojas-. Marisco –o pescado– y fresas; definitivamente un excelente punto de partida desde el que buscar –y tal vez encontrar- una deliciosa elaboración que equilibrara la acidez y la salinidad de su ingredientes principales. Un camino interesante y con muchas posibilidades. Sigamos adelante.

Click!

Pescado y Fresas. Mi gran duda en este momento se centraba en el modo en el que presentar las fresas; habían de ser frescas –sin ningún tipo de cocción-, con una elaboración que respetara –potenciara– sus características. La respuesta llegó repasando algunas de las innumerables –bueno, sí, en realidad son unas treinta– fotos de recetas preparadas a lo largo del último año y que –aún– no he llegado a publicar. De pronto apareció en pantalla la imagen de mi Pesto Rosso preparado con tomates secos, albahaca, alcaparras, anchoas –o colatura– y almendras.

Me encanta ese momento –debe de ser deformación profesional– en el que las ideas, expectativas, emociones, imágenes y mensajes comienzan a ordenarse en el cerebro, como si siempre hubieran estado esperando al momento oportuno, a ese golpe, ese click, para alinearse y combinarse hasta producir algo nuevo. Había llegado el momento, el pesto rojo se estaba transformando mentalmente en un pesto de fresas. El tiempo nos confirmaría el resultado.

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La cuadratura del círculo.

Las últimas dudas para completar la receta se referían al tipo de pescado a utilizar y al elemento que ejerciera de nexo de unión entre las partes.

El pescado habría de ser blanco, fragante y suave, y al mismo tiempo, con un ligero toque crujiente. Tal vez un lenguado o un gallo, fáciles de conseguir y manipular. Y en una cocción de dos tiempo, para potenciar la suavidad propia de su carne y acentuar el matiz crujiente de su exterior. Confitado y marcado, eso es!

El tercer elemento habría de combinar partes comunes y complementarias de los otros dos; tal vez algo de grasa para suavizar y contrarrestar la acidez –las fresas no están en su momento más dulce-. Evidentemente, y habida cuenta mi re-inmersión lectora en la cocina francesa, esa grasa tenía que ser la mantequilla, como si de un lenguado Meunière se tratara. Además, ya que iba a confitar el pescado, porqué no hacerlo en mantequilla. Y, si para finalizar, la aromatizaremos con un toque terroso, tostado y crujiente de las almendras marconas –también presentes en el pesto– terminamos redondeando la preparación. Esto pinta bien, así que vamos pasando a la cocina.

Para el Pesto de Fresas:

  • 250 gramos de Fresas.
  • 30gramos de Almendras Marconas.
  • Un manojo de hojas de Albahaca fresca -unos 15 gramos-.
  • Un puñadito de Queso Parmigiano Regiano –unos 15 gramos– u otro queso de masa prensada y seco al gusto.
  • Un par de cucharadas de Aceite de Oliva Virgen Extra.
  • Sal y Pimienta –al gusto y con moderación-.

Para el Gallo confitado.

  • Un Gallo grande, Lliseria o Gallo del Norte –de unos 750 gramos– fileteado cuidadosamente, escamado y con su piel.
  • Medio kilo de Mantequila –dependiendo del tamaño del recipiente de confitado-.
  • Una pizca de Estragón –al gusto–
  • Unos granos de Pimienta de Sichuan.

Para la Mantequilla de Almendras.

  • 50 gramos de Mantequilla en pomada –a temperatura ambiente-.
  • 15 gramos de Almendras Marconas.
  • Media cucharadita de Brandy o Cognac –al gusto y opcional-.
  • Sal y Pimienta –al gusto y con moderación-.

Antes de seguir adelante.

Antes de iniciar la receta propiamente dicha hay dos preliminares fundamentales a abordar. El primero pasa por tostar las almendras en el horno volteándolas hasta que adquieran un bonito color dorado terroso. Para el segundo volvemos a necesitar del horno, esta vez a 50ºC –reales-. Tomamos el recipiente que hayamos elegido para confitar el pescado –deben de caber las porciones holgadamente-, colocamos la mantequilla junto con los aromas –estragón y pimienta de Sichuan, al gusto-, dejamos que se derrita muy despacio y alcance la temperatura de confitado.

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Como durante este proceso se separará la grasa del suero y demás impurezas, podemos recuperar la primera para volver a utilizarla, una vez filtrada, como mantequilla clarificada para otras elaboraciones –de pescado, obviamente-. Esta grasa se puede conservar largamente en un bote hermético en el frigorífico.

El Pesto de Fresas

Tomamos 30 gramos de almendras tostadas y las trituramos en el robot -o con la ayuda de la batidora, o a mano– hasta obtener trocitos muy pequeños pero sin que lleguen a transformarse en polvo. A continuación incorporamos el resto de los ingredientes; las fresas limpias y sin pedúnculo ni parte dura de la base –reservamos un par para el emplatado-, la albahaca en hojas, el queso rallado y el aceite. Volvemos a batir todo hasta obtener una crema homogénea pero en la que se noten las almendras.

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Verificamos y corregimos el punto de sal –y pimienta– y vertemos el pesto en un bol que sellaremos con papel film –filmamos– y reservamos al frío hasta el momento de su utilización.

La Mantequilla de almendras

Volvemos a picar finamente otros 15 gramos de almendras y los mezclamos con la mantequilla –que estará en pomada, es decir a temperatura ambiente y fácilmente manipulable-, el brandy –opcionalmente– y la sal y pimienta –muy ligeramente-. La textura ha de resultar homogénea pero, como en el caso anterior, con una leve presencia crocante de las almendras.

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Volvemos a filmar y reservamos esta vez a temperatura ambiente a fin de poder manipularla más adelante con comodidad.

El Gallo confitado

Tomamos los filetes de gallo –que nos habrá preparado el pescadero– y los cuadramos, es decir, los recortamos hasta obtener dos piezas rectangulares similares por lomo -ocho en total-. Los recortes y puntas desechadas las guardamos para elaborar fondos de pescado, arroces, frituras, etc.

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Salamos abundantemente cada una de las porciones y dejamos que el pescado la absorba durante unos tres minutos. Una vez transcurrido el tiempo pasamos muy rápidamente cada una de ellas por agua, secamos cuidadosamente y reservamos.

Comprobamos que la mantequilla se encuentra a la temperatura correcta –termómetro a 50ºC– e introducimos las porciones gallo en dos tandas, una para los lomos superiores –más gruesos y de piel más oscura– y otra para los inferiores –más finos y blanquecinos-. Dejamos confitar durante unos 5 minutos y los extraemos, con mucho cuidado, a una rejilla para que liberen el exceso de grasa. El pescado está confitado

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En el momento de servir gratinamos las porciones de pescado durante un minuto en el horno a 180ºC y con la piel hacia arriba a fin de dorarla y hacerla levemente crujiente. Con todas las partes de la receta preparadas y los comensales en la mesa, nos disponemos a emplatar.

La hora de la verdad

Tomamos un plato amplio y pintamos el fondo con una cucharada de pesto de fresas. Colocamos sobre él un par de láminas de fresa limpias y finas y terminamos con una porción de gallo por plato –con la piel hacia arriba-. Preparamos –con la ayuda de un par de cucharas– unas quenelles de mantequilla de almendras que colocaremos sobre la piel del pescado, dejando que se funda suavemente, y terminamos decorando con unos brotes o flores frescas y un toque de aceite de oliva.

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El plato conjunta suave y delicadamente la salinidad de pescado con la acidez crujiente del pesto y la melosidad de la mantequilla, utilizando la untuosidad de ésta última, junto con el crujiente de las almendras, a modo de hilo conductor de un plato delicioso, complejo en matices, sabores y aromas, tremendamente ligero –pese a que pudiera parecer lo contrario– y muy refrescante. Una combinación deliciosa que, sin ningún género de dudas, volveremos a preparar y disfrutar. Esperamos que ustedes también lo hagan y mientras tanto… Bon appétit!

 

Categorías:Juego de Blogueros 2.0, Pescados y Mariscos, Platos de Fiesta

Etiquetado:Albahaca, Almendras, Confitados, Especias, Fresas, Gallo, Mantequilla, Queso

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Crema de Coliflor con Naranja y Semillas de Cilantro {Velouté à la du Barry al estilo de Anne-Sophie Pic}

Publicado el sábado, 18 febrero, 2017

O cómo elevar a las alturas más regias y festivas el –para muchos– molesto olor de la flor comestible y ornamental más difundida del mundo mundial –con permiso de la alcachofa, claro está-. Y cómo, tras esta receta, se esconde una bonita historia, con diversas interpretaciones que navegan azotadas por los vientos de la historia, la poesía, la política de alcoba, la –supuesta– medicina y el poder. – {Postdata: nunca dejes que la sencillez de una receta oculte una magnífica historia}.

Para todo ello hay que hacer comenzar hablando de Jeanne Bécu, Condesa du Barry, cortesana y amante del rey Luis XV y las coliflores, a las que atribuía efectos rejuvenecedores y potenciadores –cuando conoció al rey, éste contaba con unos 60 años y venía de perder a su largo tiempo favorita y consejera, una tal Madame de Pompadour-. Y no solo ordenó que se sirvieran a diario en los menús de Versalles sino que las hizo plantar como elemento ornamental en algunos de sus jardines –algo de esto también sabemos en esta bendita y donostiarra ciudad-. Algún efecto debieron de producir sobre el monarca ya que las puso de moda y el nombre –título más bien– de su impulsora aún se mantiene en la cocina francesa como sinónimo de receta a base de esta flor.

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La versión poética dice que la blancura y textura de esta crema se asemejaba tanto a la de la propia condesa que adoptó su nombre. La versión más prosaica nos cuenta como, una vez muerto el rey, nuestra condesa –tal vez con sus coliflores– fue encerrada, exiliada –por enfrentarse a una tal María Antonieta– y finalmente decapitada –bajo sospecha de promonárquica– en los años del terror revolucionario de otro tal Robespierre. Cosas de la historia.

La última pero no la menos importante del póquer de damas que nos acompañan es la maravillosa chef triestrellada Ane-Sophie Pic, nieta e hija de chefs también triestrellados, que aporta a nuestra historia y receta un sutil y brillante toque de modernidad –y feminidad como ella misma escribe– al combinar sabores y aromas frescos y cítricos en la cremosa receta elaborada –por otra parte– al modo más tradicional. Así que aparquemos las historias, por el momento, y vamos con los ingredientes.

Para el caldo de verduras:

  • Dos Zanahorias medianas.
  • Cinco Champiñones grandes –yo utilizo una mezcla de París y Portobello-.
  • Una Cebolla blanca y mediana.
  • Un Puerro mediano –solo la parte blanca-.
  • Una rama de Apio –al gusto-.
  • Un Clavo de aroma.
  • Una cucharadita de Pimienta Blanca en grano.

Para la Crema de Coliflor:

  • Una Coliflor pequeña –de unos 600 gramos-.
  • Una Cebolla blanca y mediana.
  • Una Patata media –unos 150 gramos-.
  • Una Naranja mediana.
  • 250 mililitros de Caldo de Verduras –del preparado o bien uno comprado de calidad-.
  • 250 mililitros de Leche entera.
  • 250 mililitros de Nata.
  • Una cucharada de Semillas de Cilantro –también llamado Coriandro-.
  • Aceite de Oliva Virgen Extra.
  • Sal y Pimienta –al gusto y con moderación-.
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La fase previa a la elaboración de la receta consiste en preparar un buen caldo vegetal con un ligero aroma profundo y terroso de vegetales y champiñones. Si preferís o no disponéis de tiempo, siempre se puede utilizar un caldo vegetal y envasado de calidad; el resultado no es el mismo pero ahorra tiempo. Por otra parte, al prepararlo, obtendremos algo más de un litro de un estupendo caldo vegetal que podemos conservar congelado como fondo para otras preparaciones o degustar como reconfortante entrante invernal.

La preparación es así de sencilla; lavar bien a fondo las verduras, pelar la zanahoria, la cebolla y trocear finamente todos los ingredientes –lavar y/o pelar los champiñones si fuera necesario-. Poner todos los ingredientes en una olla amplia, cubrirlos con dos litros y medio de agua y llevar a ebullición a fuego fuerte. Tras un primer hervor bajar la potencia a fin de mantener una cocción suave y continua durante una hora –espumando si fuera necesario-.

Una vez transcurrido el tiempo colar el caldo a través de una estameña –o superbag-, dejar enfriar y utilizar al momento o bien congelar para posteriores preparaciones. Punto final. Vamos con la coliflor.

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Comenzaremos blanqueando la coliflor para suavizarla y hacerla más digestiva. Para ello tomamos una olla amplia con agua y un poco de sal y la llevamos a ebullición. Cortamos la coliflor en ramilletes, desechando los troncos, y escaldamos –los ramilletes, obviamente– en agua hirviendo durante unos cinco minutos. Escurrimos y reservamos al frío hasta el momento de su utilización. Mientras tanto, y en otra cazuela, calentamos suavemente un hilo de aceite de oliva y pochamos la cebolla picada muy finamente hasta que resulte transparente. En ese momento incorporamos la patata pelada y cortada en láminas finas y dejamos unos minutos cuidando de que los ingredientes no tomen color.

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Una vez que las patatas comiencen a reblandecerse incorporamos los ramilletes de coliflor, el caldo de verduras, la leche y la nata y dejamos cocer muy suavemente durante unos veinte minutos removiendo de vez en cuando.

Mientras tanto, y con la ayuda de un pelador, extraemos un par de láminas de la corteza de naranja a las que retiraremos toda la pulpa blanca del interior –como ya hicimos y explicamos en esta otra receta-. Al mismo tiempo separamos los gajos de la naranja y con mucho cuidado retiramos la piel a cada uno de ellos –calculamos un gajo por comensal-. Una vez acabado, filmamos y guardamos las pieles y los gajos limpios al frío.

Volvamos a la crema. Una vez transcurrido el tiempo de cocción pasamos la mezcla por el robot o batidora hasta obtener una crema lisa, fina y ligeramente esponjosa cuya textura podemos ajustar añadiendo algo más de leche o retomando la cocción muy suavemente. Finalmente rectificamos los puntos de sal y pimienta.

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En el momento de servir templamos muy lentamente la crema –la nata tiende a pegarse– y la distribuimos en tazas o boles de mesa. Incorporamos en cada uno de ellos un gajo de naranja troceado –con mucho cuidado-, un par de tiras muy finas –casi hilos– de la corteza, unos granos de cilantro y un toque final de aceite de oliva virgen extra… et voilà!

El resultado es una finísima y levemente esponjosa crema, de sabor suave y sedoso y perfectamente contrastado –y armonizado– con la acidez dulzona de la naranja, el toque fresco y cítrico de las semillas de cilantro y el aroma cálido y herbáceo del hilo de aceite de oliva. Y todo esto en una receta sencilla, con una gran historia y tradición y, sobre todo, una finura y elegancia difícil de igualar. Degustemos y honremos a la señora condesa du Barry esperando que ustedes la disfruten como nosotros lo hemos hecho… Bon appétit!

Categorías:Caldos, Cremas y Sopas, Hortalizas, Legumbres y Verduras, Pintxos y Entradas, Primeros platos

Etiquetado:Champiñones, Cilantro, Cocción, Coliflor, Naranja, Nata, Patatas, Puerro

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Carré de Cerdo asado con Mostaza y Semillas de Amapola Azul

Publicado el viernes, 10 febrero, 2017

Vamos a iniciar esta nueva fase bloguera –con el compromiso de publicar todos los días 10 | 20 | 30 de cada mes– con una de esas recetas que tanto nos gustan –y alegran– por lo sencillo de su elaboración y lo apetecible de su resultado final. En esta ocasión marinaremos suavemente una pieza de carne –un carré o costillar de cerdo– para hornearla en dos tiempos y servirla, acompañada de frutas y verduras, en todo su jugoso esplendor. Y poco más.

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Por partes; carré es el apelativo de origen francés que se da a la pieza de costillar, de aspecto más o menos cuadrado –cúbico-, y del que deriva su nombre. Esta pieza –espectacular, por otra parte– puede ser de origen ovino, porcino o incluso vacuno. Calcular el tamaño de la misma es tan sencillo como contar el número de comensales, igualarlo en número de costillas y, finalmente, multiplicarlo por dos –o tres– en el caso del cordero, por uno para el cerdo y dividirlo por dos para el vacuno, siempre en función del tamaño de la pieza –y del apetito de nuestros partenaires de mesa-.

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Una vez realizados estos «complejísimos» cálculos matemáticos solo falta que nuestro carnicero se afane en prepararnos un buen corte limpio y pasar a la cocina donde la alquimia de sabores, complementos, tiempos y temperaturas se encargarán del resto. Nosotros vamos a ayudar –tal vez provocar– esta transformación con la inclusión de dos sabores que, por obra y gracia de la magia culinaria, se van a transformar en delicados aromas, bastante alejados de sus potentes puntos de partida. Así que, sin más dilación, vamos con el resto de los ingredientes;

  • Una pieza de Carré de Cerdo -o costillar– que contenga una chuleta por comensal –un kilo y cuarto, aproximadamente, para cuatro costilla con su hueso, en este caso-.
  • Unos 200 gramos de Mostaza de Dijon fuerte –la mostaza aromatiza el asado pero no afecta al sabor de la carne-.
  • Un par de cucharaditas de Semillas de Amapola Azul –al gusto-.
  • Cuatro Clavos –de aroma–
  • Cuatro Manzanas de carne dura y aptas para asar –tipo Reineta-.
  • Seis Chalotas –o escalonias-.
  • Un par de Zanahorias medianas.
  • Un par de ramas de Apio.
  • Un vaso de Vino Blanco seco.
  • Aceite de Oliva Virgen Extra.
  • Sal y Pimienta –al gusto y con moderación-.

Comenzaremos precalentando el horno a 180ºC y marinando suavemente la pieza de carne; salpimentamos abundantemente por todas sus caras, dejamos un absorba los sabores y aromas durante un par de minutos. Mientras tanto pasamos la mostaza a un bol de cocina y la mezclamos con las semillas de amapola que van a proporcionar un exquisito aroma entre silvestre y oriental. Terminamos cubriendo y masajeando totalmente la pieza con la mezcla de mostaza y semillas. Insertamos estratégicamente los clavos de aroma, filmamos –cerramos con papel film– y dejamos reposar durante unos quince minutos al frío.

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Mientras tanto podemos preparar las frutas y verduras lavándolas con cuidado y pelando las zanahorias y chalotas. A continuación troceamos las manzanas en cuatro –con su piel-, las zanahorias y el apio en bastones gruesos y las chalotas en dos o cuatro partes –en función de su tamaño-. Es importante que los trozos de todos estos ingredientes sean de tamaños lo más parecido posible a fin de obtener una cocción homogénea. Juntamos estos ingredientes en un bol, filmamos y, de nuevo, reservamos al frío.

Vamos con la primera parte del asado. Una vez el horno esté a la temperatura –180ºC– y la carne haya reposado, tomamos una fuente amplia, pintamos el fondo con un hilo de aceite de oliva y colocamos la pieza en su interior. Introducimos en el horno y asamos durante unos 40 minutos.

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Una vez transcurrido el tiempo, sacamos el asado del horno –que mantenemos a la misma temperatura– e incorporamos a la fuente las verduras y manzanas junto con el vaso de vino blanco. Volvemos a introducir la fuente y continuamos el asado durante unos 25 minutos más. Finalmente extraemos el asado y lo cubrimos con papel aluminio durante unos cinco minutos para que reabsorba los jugos de cocción.

Terminamos. Pasamos la pieza a una tabla de corte –tras haber presentado el asado completo a nuestros comensales– y separamos las chuletas con cuidado, buscando las uniones y la ayuda de un buen cuchillo.

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Acompañamos cada chuleta con su caldo, manzanas y verduras. Y ya solo nos falta añadir una copa de buen vino blanco, bastante buen humor y la satisfacción que produce poder disfrutar de un asado suave, jugoso y aromático que no requiere mayor esfuerzo y cuyo resultado es, sencillamente, delicioso. Espero que ustedes lo disfruten y, como siempre… bon appétit!

Categorías:Carnes, Segundos platos

Etiquetado:Asados, Cerdo, Costillas, Especias, Manzanas, Mostaza

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Peras rellenas de Jamón, Gorgonzola y Nueces {en tres cocciones}

Publicado el martes, 31 enero, 2017

Esta receta es mi aportación a la Edición de Enero de 2017 del Juego de Blogueros 2.0 que dirige y organiza nuestra amiga Mònica desde su Blog Dulcedelimón. Podéis deleitaros con el resto de recetas de esta edición dedicada a la Pera en los blogs que escriben nuestras amigas y amigos:

  • Rosamary de Alacartemenus
  • Carlota de Art i Cuina
  • Elvira de Así se come en Granada
  • Carabiru de ¡Birulicioso!
  • Fe de Código secreto 280
  • Mònica de Dulcedelimón 
  • Berta de Dulce, pero no tanto
  • Chus de El crepitar de los fogones
  • Rebeca de Enganchados a la Cocina
  • Inma de Entre 3 fogones 
  • Ana N. de Entre obleas y a lo loco
  • Raxel de Home & Run
  • Sandra de Justfoodlovers
  • Cristina de De Kooking
  • Silvia K. de Kuinetes
  • Leila de La nueva cocina de Leila
  • Ligia de Los dulces de Ligia
  • Jorge de Mastercocinillas
  • Silvia R. de Mis deliciosas Tentaciones
  • Noelia de Noestevez’blog
  • Maribel de Picoteando ideas
  • Neus de Rorosacabolas
  • Maryjose de Tapitas y postres
  • Silvia A. de Unapizcadena

Adicciones {confesables}.

Adoro los libros. Me encanta verlos, tocarlos, respirar su aroma –a veces rancio– a tinta y papel y, sobre todo, disfrutar de su compañía. Un buen libro es un buen amigo que siempre acompaña, del que puedes –debes– aprender y al que puedes retornar cuando quieras. Siempre están a la espera en mesas, sillas y estanterías. Siempre están dispuestos a reiniciar la última silenciosa conversación, por mucho tiempo que haya pasado. Por muchos cambios que haya habido, sin disputas ni reproches –bueno, también me encantan el Jamón, el Gorgonzola y las nueces, pero esta parte la dejaremos para más adelante-.

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He de confesar que tengo la costumbre –buena o mala, según el interlocutor de turno– de leer varios libros al mismo tiempo con la única salvedad de que pertenezcan a géneros distintos –no mezclar dos novelas, por ejemplo, siempre es una buena receta-. Y, precisamente, ha sido en uno de estos cruces lectores donde se ha gestado la receta que hoy os propongo. Pasemos página.

Lo que hemos comido.

O, en su versión original, El que hem menjat, es un muy particular y entretenidísimo libro recopilatorio de cocinas, saberes, productos, filias, fobia, recuerdos y vivencias del gran Josep Pla. Una lectura muy recomendable –siempre contextualizada en los años setenta– que se desgrana prolíficamente en más de ochenta breves e intensos capítulos dedicados, cada uno de ellos, a un producto, una estación, un recuerdo o una receta. Imprescindible para curiosos, bibliófilos y amantes de la cultura y cocina catalana y ampurdanesa o de Cataluña y el Empordà por extensión.

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Cosas del azar, cuando ya tenía decidida, elaborada y fotografiada la receta para este mes –por una vez en plazo-, recordé que en uno de sus capítulos –Platos de Fiesta Mayor– se hacía referencia a la antigua costumbre de ofrecer, durante las visitas festivas, platillos o entrantes a base de peras o manzanas rellenas en dos versiones; dulces y saladas.  ¿Saladas? Ya en su momento me intrigó esta segunda versión sobre la que indagué con, más bien, escasos –y poco sugerentes– resultados. Punto y aparte.

La conexión transalpina 2.0

Hace unos días leía acerca de la costumbre italiana de comenzar una comida de verano con peras y queso, del mismo modo que nosotros lo hacemos con el melón con jamón; dos estupendas mezclas de dulce y salado, fresco y curado.

Repentinamente me vino a la mente el comentario de Pla y la búsqueda de la receta de peras con relleno salado. Obviamente aquí había –o podría haber– un buen punto de partida, una buena conexión.

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¿Por qué no tomar partes de ambas versiones y combinarlas para obtener un plato que sirva de puente entre la parte salada y dulce de una comida? De hecho, hace siglos que el queso sirve para ello en las mesas norteñas y europeas –los famosos carritos de quesos previos al postre dulce-. Esta es la idea; pongamos algo de sal al dulce y un poco de dulce a lo salado.

Aprendiz de brujo.

Partiendo de dos ideas y dos productos –peras y queso– vamos a sustituir las carnes picadas de la receta ampurdanesa –ternera y cerdo– por unos finos recortes de jamón ibérico que aportarán la parte carnosa, salinidad, aroma y profundidad al conjunto. También cambiaremos las almendras de la receta original por unas nueces de temporada, más acordes para acompañar al más  brillante y cremoso de los quesos azules italianos; el Gorgonzola –nueces y queso; otro clásico– .

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Además, vamos a aplicar a la base de la receta –las peras, nuestro producto del mes-, un tratamiento que potencie su sabor cociéndolas en su propio zumo aromatizado –que recuperamos a modo de confitura– y que, al mismo tiempo, suavizará su textura granulosa. Continuaremos marcando en una sartén su cara plana para añadir un matiz caramelizado y crujiente, y, por último, asaremos el plato completo para templar e integrar los sabores antes de pasar a la mesa.

Esta es, en resumen, la historia, la receta y el proceso. Vamos con los ingredientes.

Ingredientes.

  • Cuatro Peras hermosas y de carne dura, tipo Champion o Conferencia –mejor si no están demasiado maduras-.
  • Unos 200 gramos de queso Gorgonzola –queso azul cremoso italiano-.
  • Unos 150 gramos de Jamón Ibérico en lonchas muy finas –15 lonchas aproximadamente-.
  • Dos docenas de Nueces frescas –de nuestros bosques y productores– de las que reservaremos algunas peladas y enteras para emplatar.
  • Un litro de Zumo de Pera envasado de calidad.
  • Dos cucharadas de Sirope de Ágave –o, en su defecto, miel de acacia-.
  • Unos 30 mililitros de Licor de Pera Williams y otros tantos de Crème de Cassis o crema de grosella negra –ambos alcoholes opcionales-.
  • Un par de ramitas de Romero fresco.
  • Un par de trocitos de Mantequilla –para la caramelización en sartén-.
  • Una docena de granos de Pimienta de Sichuan –opcionalmente-.
  • Unas gotitas de Aceite de Oliva Virgen Extra.
  • Un toque de Pimentón de la Vera agridulce.

Cocción.

La primera fase de la elaboración de la receta gira en torno a la cocción. Tomamos una cazuela amplia en la que quepan holgadamente las ocho medias peras y llevamos a ebullición el litro de zumo de pera junto con otro de agua, el sirope de ágave –o agave– y, opcionalmente, el licor de pera.

Mientras tanto, lavamos y secamos cuidadosamente las peras, las cortamos longitudinalmente por la mitad procurando dejar medio pedúnculo –rabito– con cada parte y retiramos las semillas y partes duras –y un poquito más para acomodar holgadamente el relleno-. Una vez los líquidos comiencen a hervir bajamos la potencia hasta la mitad e incorporamos las peras con la cara plana hacia arriba para que no se dañen.

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El tiempo de cocción –siempre a pequeños borbotones– dependerá del tipo de pera, su madurez, tamaño, etc. pero calcularemos unos 20 minutos a partir de que el hervor se retome. Las peras han de quedar muy tiernas –se puede comprobar sencillamente con la punta de un cuchillo– y prácticamente translúcidas.

Una vez al punto, las retiramos con la ayuda de una espumadera –y mucho cuidado– y las depositamos sobre una rejilla para que escurran los líquidos y se enfríen. Para acabar, colamos el líquido de cocción y lo pasamos a una cazuela más pequeña donde dejaremos reducir –añadiendo, opcionalmente, la crème de cassis– hasta obtener un jarabe bien espeso.

De vuelta al mole.

O, como decíamos el mes pasado, al mortero o bol en el que mezclaremos los ingredientes del relleno cortados en trozos lo suficientemente pequeños para ser saboreados cómodamente, pero no tanto como para que se conviertan en una papilla uniforme. Buscamos un corte y una mezcla con cierta rusticidad, en la que predomine el conjunto pero no se pierdan sus partes.

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Para ello juntamos el queso –que ha de estar a temperatura ambiente desde, al menos, una hora antes– con las lonchas de jamón que picaremos en tiritas finas con la ayuda de un cuchillo y las nueces troceadas a mano. Mezclamos todos los ingredientes con la ayuda de un par de tenedores hasta conseguir integrar bien todos los ingredientes. Reservamos al frío.

Fritura.

Con las peras frías y bien escurridas vamos a caramelizar su cara superior. Para ello acercamos una sartén al fuego medio-suave, incorporamos una nuez de mantequilla –y, opcionalmente, los granos de pimienta de Sichuan– y, cuando tome temperatura, comenzamos a freír las peras –solo por el lado del corte-, de una en una, hasta que se forme una superficie dorada y crujiente. Las extraemos a un papel absorbente para de retirar la mantequilla sobrante y las acomodamos, finalmente, en una fuente de horno en la que quepan holgadamente.

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Continuamos. Esta vez con la ayuda de un par de cucharas formamos unas quenelles –bolas de masa de forma alargada– con el relleno preparado que iremos depositando en el hueco de cada una de las peras. Terminamos añadiendo unas briznas de romero fresco en cada una de las porciones y reservamos cubierto con film y a temperatura ambiente hasta la hora de finalizar en el horno.

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Horneado {y fin}.

Calentamos el horno en modo gratinador medio y, una vez alcance la temperatura –unos 210ºC– introducimos la fuente con las peras durante unos tres o cuatro minutos, hasta que el queso quede completamente fundido y el resto de los ingredientes comiencen a dorarse. Extraemos la fuente y nos disponemos a emplatar o a presentar la fuente. Para este segundo caso, espolvoreamos muy levemente un poco de pimentón agridulce y unas gotas –pulverizadas a ser posible– de aceite de oliva sobre las peras. Calentamos el jarabe obtenido de la reducción del caldo de cocción y lo pasamos a una salsera o bol de mesa para acompañar el asado.

En caso de optar por emplatados individuales –es recomendable habida cuenta lo endebles que resultan las peras tras las cocciones-, pintamos el fondo de cada plato con una cucharada corrida –depositar, apoyar y mover– de jarabe, depositamos sobre ella media pera, pulverizamos un poco de aceite, espolvoreamos una pizca de pimentón y terminamos decorando con las nueces reservadas y unas hojitas de romero fresco.

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El resultado es un plato que combina sabores, aromas y texturas tan aparentemente diferentes como complementarios. Dulce y salado, intenso y suave, aromático y profundo, crujiente y meloso; cada bocado es un homenaje tanto a los productos como a las culturas, interpretaciones e interpretadores que han hecho posible de esta sencilla delicia un plato único y diferente. Espero que ustedes lo disfruten tanto como nosotros lo hemos hecho y, mientras tanto, todos nuestros mejores deseos y… Bon appétit!

Categorías:Frutas y Dulces, Juego de Blogueros 2.0, Platos de Fiesta

Etiquetado:Asados, Gorgonzola, Jamón, Nueces, Peras, Pimentón, Romero

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Guacamole, Pato y Queso

Publicado el martes, 3 enero, 2017

Esta receta es mi aportación a la Edición de Diciembre de 2016 del Juego de Blogueros 2.0 que, como siempre, dirige nuestra amiga Mònica desde su siempre interesante Blog Dulcedelimón que os invito a conocer y disfrutar. Podéis deleitaros con el resto de recetas de esta edición dedicada, una vez más, al Aguacate en los blogs que escriben nuestras amigas y amigos:

  • Elvira de Así se come en Granada
  • Carabiru de ¡Birulicioso!
  • Fe de Código secreto 280
  • Fran de ¡Cocinar y a comer!
  • Mònica de Dulcedelimón 
  • Inma de Entre 3 fogones 
  • Raxel de Home & Run
  • Cristina de De Kooking
  • Leila de La nueva cocina de Leila
  • Noelia de Noestevez’blog
  • Maribel de Picoteando ideas
  • Taty de Planetaty
  • Neus de Rorosacabolas
  • Kemberlyn de Sonrisa vegana
  • Maryjose de Tapitas y postres
  • Silvia A. de Unapizcadena

A vueltas con el Aguacate…

No nos vamos a engañar: no me gusta el aguacate y punto. Y no solo eso;  además de resultarme absolutamente prescindible, y gracias los designios electorales del Grupo, es la segunda vez que resulta elegido como producto del mes. Solo él, solo el aguacate, ha sido capaz de semejante proeza.

Si en aquella primera ocasión esquivé como pude –más bien inspirándome en el trabajo del equipo de Tickets– el mal trago transformándolo en una canelón de bacalao –Canelón de Aguacate y Bacalao dorado {con su Allioli ligero de Eneldo, Lima y Ajo negro}– en esta ocasión tenía que partir de cero, salvo que optara por retomar la ochentera receta del Cocktail de gambas, salsa rosa y aguacate.

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Afortunadamente para mi, el aguacate tiene algo bueno; aunque no me gusta la fruta, me encanta el guacamole –rarito que es uno-. Creo que esta bipolaridad proviene de mis estancias al otro lado del charco, donde esta salsa es bastante más habitual que por estas tierras, donde se puede degustar en versiones exquisitas o industriales y donde, al fin, aprendí a prepararla y disfrutarla.

Así que, continuando con nuestras mensuales peripecias gastro-viajeras, esta vez giramos la vista hacia el oeste, más allá de los finisterres y los mares profundos e inabarcables, hasta llegar a Mesoamérica, tierra en la que los dioses nos ofrecieron por primera vez este delicioso –ejem– fruto. Dicho y hecho, proa a poniente.

Un Taco que no lo es.

Guacamole significa simple y llanamente salsa de aguacate. Y su elaboración es tan sencilla y deliciosa que resulta ridículo comprarla envasada –mismo criterio que para la mahonesa-. La receta original se compone de aguacates, tomate, limón y chiles que se trocean y majan a mano en un mortero hasta obtener una salsa –mole– de consistencia firme pero sedosa. Simple, deliciosa, refrescante, perfecta. Lo habitual es encontrar esta salsa como acompañamiento de tacos, tortas y tortillas o dips variados a los que aporta su toque cremoso y aromático.

Llegados a este punto la idea para la receta me quedó bastante clara; preparar un taco con sus ingredientes habituales pero obviando la tortilla de maíz y transformándolo en un entrante frío. El resto de los ingredientes para la preparación están elegidos a mi gusto; un toque de potencia y salinidad derivada de la carne de pato confitada –aunque también lo he preparado con salmón marinado– y, entre ambos sabores, una franja de ruptura ácida/agria provocada por un queso batido y aromatizado.

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Terminaremos la receta con un toque levemente picante y unos granos de salinidad grasa a base de guindillas verdes picantes –piparras vascas encurtidas– y unas huevas de salmón o trucha que aportan, además, un toque crujiente.

La elaboración de esta receta es tan sencilla como sorprendente es su resultado. Un entrante diferente a medio camino entre el exotismo del aguacate y cilantro, la potencia del pato confitado -o del salmón marinado- y el toque astringente del queso preparado. Delicioso y digno de ser probado. Vamos con los ingredientes y la preparación.

Para el Guacamole.

  • Tres Aguacates medianos y maduros.
  • Media Cebolleta fresca –al gusto-.
  • Dos Tomates tipo Pera.
  • El Zumo de un Limón verde.
  • Sal –al gusto-.
  • Media docena de ramitas de Cilantro –más o menos, al gusto-.

Para el Queso Agrio.

  • 200 gramos de Queso Batido.
  • Una cucharada de Zumo de Limón.
  • Una cucharadita de Vodka –opcional-.
  • Una cucharadita de Eneldo picado finamente.
  • Sal y Pimienta –al gusto-.

Pato Confitado.

  • Dos Muslo de Pato Confitado –ya preparado-.

Y además…

  • Media docena de Guindillas Verdes encurtidas –Piparras vascas o Langostinos de Ibarra-.
  • Un par de cucharadas de Huevas de Salmón o Trucha –o sucedáneo de calidad-.
  • Aceite de Oliva Virgen Extra.

La receta, como ya comentaba en la introducción, es muy sencilla de elaboración ya que consiste, básicamente, en picar y mezclar los ingredientes para cada una de las capas de nuestro «falso taco». Comenzaremos por la única parte que requiere calor y, mientras se asa, prepararemos el resto de ingredientes.

Asando {y poco más}

Precalentamos el horno a unos 180ºC y, una vez alcance la temperatura, introducimos los muslos de pato en una fuente. Horneamos durante unos veinte minutos –más o menos– hasta desengrasar y que la piel resulte bien dorada y crujiente.

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Extraemos los muslos, dejamos que se enfríen, retiramos la piel y los huesos y desmigamos la carne. Reservamos a temperatura ambiente hasta la hora del emplatado. Fin de la primera parte.

Majando {y poco más}

Partimos los aguacates por la mitad dando la vuelta longitudinalmente alrededor del hueso y girando una de las mitades hasta que se suelte de la otra. Clavamos el cuchillo en el hueso y con un leve tirón lo separamos de la otra mitad. Finalmente extraemos la carne con la ayuda de una cuchara y la depositamos en el bol o mortero –amplio– en el que vayamos a preparar el guacamole. Reservamos los huesos limpios.

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Pelamos los tomates, retiramos las semillas –pepitas-, picamos finamente e incorporamos la carne al bol o mortero que contiene el aguacate. Picamos también muy finamente la media cebolleta –puede ser más o menos, al gusto– y el cilantro y lo añadimos al mortero junto con el zumo del limón y el resto de los ingredientes.

Mezclamos los ingredientes majándolos –aplastándolos– hasta obtener una mezcla homogénea y densa en la que los ingredientes se puedan diferenciar. Es preferible hacerlo a mano ya que si utilizamos una mezcladora o batidora la masa se convertirá en una papilla de sabor similar pero sin las características peculiares de cada uno de los ingredientes; untuosidad del aguacate, crujiente del cilantro, frescor del tomate, etc.

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Por último colocamos sobre la salsa un hueso de aguacate ya que esto evita su oxidación. Comprobamos el punto de sal –que ha de ser más bien soso, ya que el resto de ingredientes aportan bastante salinidad-, filmamos –cubrimos y cerramos con papel film– y reservamos al frío hasta el momento del emplatado. Fin de la segunda parte.

Aromatizando {y poco más}

Mezclamos el queso batido con el eneldo picado muy fino –al que retiraremos las ramitas– y el resto de los ingredientes –zumo de limón, vodka y una pizca de sal y pimienta-. Filmamos y reservamos en frío hasta el momento del emplatado.

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Emplatado {y despedida}

Tomamos un aro de emplatar, engrasamos ligeramente sus paredes internas con aceite de oliva –para desmoldar con más facilidad– y colocamos en su interior una base de unos dos centímetros de guacamole. Sobre ésta depositamos una fina capa de queso agrio –un centímetro es más que suficiente– y, finalmente, rematamos con la carne de pato desmigada.

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Retiramos el aro y espolvoreamos unas rodajas muy finas de guindilla verde sobre el pato, unas huevas y terminamos con unas gotitas finas de aceite de oliva sobre y alrededor del plato.

La receta, sencilla a más no poder, está lista para ser degustada en todo su esplendor y diversidad de sabores, aromas, texturas y contrastes. Espero que ustedes la disfruten y aprecien tanto como nosotros lo hemos hecho. Y como también se merece este apasionante Juego de Blogueros que nos permite descubrir y compartir recetas en torno a un producto de temporada. Esto es todo por mi parte, ya solo me resta despedirme, como siempre, deseándoles… bon appétit!

 

Categorías:Juego de Blogueros 2.0, Pintxos y Entradas

Etiquetado:Cebolla, Cilantro, Especias, Guacamole, Pato, Queso, Tomate

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Presa Ibérica glaseada con Mandarinas

Publicado el miércoles, 30 noviembre, 2016

Esta receta es mi aportación a la Edición de Noviembre de 2016 del Juego de Blogueros 2.0 que, como siempre, dirige nuestra amiga Mònica desde su siempre interesante Blog Dulcedelimón que os invito a conocer y disfrutar. Podéis deleitaros con el resto de recetas de esta edición dedicada a la Mandarina en los blogs que escriben nuestras amigas y amigos:

  • Elvira de Así se come en Granada
  • Carabiru de ¡Birulicioso!
  • Fe de Código secreto 280
  • Mònica de Dulcedelimón 
  • Rebeca de Enganchados a la Cocina 
  • Chus de El crepitar de los fogones
  • Inma de Entre 3 fogones 
  • Ana N. de Entre obleas y a lo loco 
  • Raxel de Home & Run
  • Cristina de De Kooking
  • Leila de La nueva cocina de Leila
  • Ligia de Los postres de Ligia
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  • Silvia A. de Unapizcadena
  • Nela de Un toque de CaNela

Mirando al Este.

Parece mentira. Ha pasado un mes desde que, de la mano de Yotam Ottolenghi, Sami Tamimi y el hinojo, visitamos la sorprendente y policultural cocina de Jerusalén. Y, por una esas casualidades de la vida, en aquella ocasión algunos aromas cítricos se deslizaron entre los anisados de un modo, tal vez, premonitorio. Nos movíamos hacia el este, hacia las remotas tierras de las especias, los aromas embriagadores, las combinaciones diferentes. Y así continuaremos este mes.

En esta ocasión nuestros pasos culinarios nos llevan mucho más allá, hasta la que parecer ser la cuna originaria de los cítricos en sus diversos formatos. Pongamos rumbo al Imperio Central.

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Una de las claves que certifican el origen de nuestro producto es que, precisamente en aquellas lejanas tierras, florecen múltiples recetas y modos de cocinar que incluyen naranjas, mandarinas, pomelos, etc. en diversas presentaciones; fresco, secos, confitados, en zumo, en polvo… Tenemos el producto y su origen, así que la elección de la receta estaba clara; el mes pasado habíamos iniciado un viaje oriental, simplemente había que seguirlo.

La receta que traigo este mes proviene de China y su fascinante –y, por desgracia, muchas veces infravalorada por su vulgarización– cocina. Los pocos datos que sobre ella tengo indican que su origen parece ser la provincia de Sichuan –la de la famosa pimienta– y que se prepara con carne de vacuno y pieles de mandarina secadas al sol –del mismo modo que en nuestro Mediterráneo se secan los tomates-. Si a estos productos les incorporamos una serie de aromas y matices que también son propios de esas tierras –jengibre, anís estrellado, chiles picantes, azúcar, etc.-, la receta está completa. Vamos con unas notas particulares sobre tres de los ingredientes principales antes de pasar a la cocina.

Sobre las pieles de mandarina: en algunos supermercados chinos de calidad se pueden encontrar ya secas y preparadas. Esto, evidentemente, agiliza de sobremanera la elaboración, sobre todo en cuanto a la preparación de las pieles para su secado se refiere. Si optáis por hacerlas en casa os aseguráis todo el frescor y un buen rato de diversión –ejem-.

Sobre la carne: he sustituido la carne de vacuno por la presa de cerdo ibérico ya que aporta un punto suave y una textura inigualables gracias a su abundante grasa intramuscular, además de darle un tono dual de proximidad en una receta de lejanía –fusión que le dicen-.

Por último, sobre el aceite de coco: aporta aroma, un sabor levemente dulzón y una alta temperatura de combustión, pero si no disponéis de él –o simplemente preferís obviarlo– os aconsejo utilizar un aceite de sabor neutro como, por ejemplo, el de girasol. Vamos con la receta.

Ingredientes:

  • Una pieza de Presa de Cerdo Ibérico de unos 500 gramos.
  • Unas cinco cucharadas de Maizena.
  • Cuatro Mandarinas de temporada –y, a ser posible, bio-.
  • Jarabe preparado con una cucharada y media de Azúcar moreno mezclada con otro tanto de Agua caliente.
  • Unos 100 ml de Aceite de Coco –o, en su defecto, de girasol-.
  • Una cucharada de Aceite de Sésamo.
  • Una cucharada de Aceite de Oliva Virgen Extra.
  • Una cucharadita de Jengibre fresco rallado.
  • Una pieza de Anís estrellado –puede ser media, al gusto-.
  • Media docena de aros finos de Guindilla Picante –también al gusto-.
  • Un diente de Ajo picado muy finamente.
  • Tres cucharadas de Salsa de Soja baja en sodio.
  • Una cucharada y media de Azúcar moreno.
  • Dos Chalotas frescas y cortadas en rodajas finas.
  • Unas ramitas de Perejil fresco y troceado muy finamente.

Juegos de cuchillos

Como siempre, empezaremos por las tareas que requieren mayor tiempo –y un poco de paciencia-. En primer lugar fileteamos la pieza de carne en escalopes no muy finos –de unos 5 ó 7 milímetros-, los mezclamos con una cucharada de aceite de sésamo y otra de maizena, removemos bien y dejamos marinar durante una hora al frío –cubiertos con papel film-.

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Vamos con las mandarinas. Si no disponemos de pieles secas –como en este caso– comenzaremos por limpiar cuidadosamente las mandarinas bajo el agua y con la ayuda de un cepillo de verduras –para quitar las ceras y/o pesticidas-. Secamos cuidadosamente con un paño, cortamos por la mitad y extraemos el zumo de las frutas –obtendremos medio vaso aproximadamente– que reservaremos tapado –filmado– al frío.

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Cortamos la corteza de cada media mandarina por la mitad y volvemos a cortar los trozos resultantes de nuevo hasta obtener unas ocho piezas uniformes –más o menos– por cada fruta. A continuación, y con la ayuda de un cuchillo dentado –de sierra– y algo de paciencia, comenzamos a raspar el interior eliminando la parte blanca todo cuanto nos sea posible, hasta que resulte de color naranja por ambos lados. Terminamos repasando con un fileteador bien afilado.

Tomamos la mitad de las pieles limpias y las colocamos sobre una hoja de papel sulfurizado. Cerramos el papel y horneamos a unos 120ºC durante unos 15 ó 20 minutos vigilando para que se sequen pero no se tuesten –cuidado porque amargan-. Una vez secas las extraemos y reservamos hasta el momento de su uso.

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Mientras tanto, cortamos el resto de las pieles limpias en juliana muy fina y las infusionamos durante unos minutos en su propio zumo mientras preparamos un jarabe ligero –tanto por tanto– disolviendo una cucharada y media de azúcar moreno en otro tanto de agua templada.

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Al fuego

Calentamos en una sartén –o wok– una cucharada de aceite de coco y, cuando esté bien caliente, añadimos las tiras de mandarina. Salteamos durante unos segundos e incorporamos el jarabe. Retiramos del calor y removemos bien hasta que el líquido se evapore y el azúcar se adhiera a la juliana de cortezas de mandarina. Finalmente pasamos las cortezas caramelizadas a un bol junto con una con una cucharada de aceite de oliva, mezclamos bien para evitar –en la medida de lo posible– que se peguen y dejamos marinar hasta el momento de su utilización.

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Para terminar con los preliminares pasamos los escalopes de presa ibérico por un poco de maizena sacudiéndolos a continuación para liberar el exceso. Calentamos unas tres cucharadas de aceite de coco en una sartén o wok hasta que comience a humear –temperatura muy fuerte-. Salteamos rápidamente los filetes –por tandas para mantener la temperatura– durante unos 30 segundos por cada lado a fin de que el exterior resulte crujiente pero manteniendo el interior rosado.

Retiramos los escalopes a medida que estén en su punto y los depositamos sobre papel absorbente. Reservamos.

El momento Wok

A partir de este punto todo se desarrolla muy rápidamente por lo que es conveniente tener los ingredientes dispuestos, limpios, pesados y/o medidos y a mano. Una correcta «mise en place» siempre ayuda y facilita el trabajo. Tres, dos, uno, vamos a ello.

Escurrimos y limpiamos el wok. Añadimos una cucharada de aceite de coco y llevamos a temperatura media-alta. Incorporamos el jengibre rallado, el anís estrellado, los aros de guindilla picante y las cáscaras secas de mandarina. Salteamos rápidamente y, tras unos segundos, incorporamos el ajo picado muy fino. Volvemos a saltear unos segundos más y agregamos la salsa de soja, el zumo de las mandarinas y una cucharada y media de azúcar moreno.

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Preparamos e incorporamos una cucharada de maizena disuelta en otra de agua y dejarmos cocer muy suavemente durante un par de minutos removiendo de vez en cuando. La salsa comenzará a espesar y estará en su punto cuando se adhiera completamente al reverso de la cuchara –punto à la nappe-.

Por último incorporamos la carne, la juliana de mandarinas caramelizadas –el calor las separará– con su aceite de infusionado y las chalotas cortadas en bisel medio –de unos dos milímetros-. Comprobamos y rectificamos –si fuera necesario– el punto de sal. Mezclamos bien todos los ingredientes durante unos segundos hasta que todo resulte perfectamente integrado y glaseados por la salsa. Si ésta resulta algo líquida subimos la temperatura para que reduzca o, si por el contrario resulta demasiado espesa, añadiremos unas cucharaditas de agua caliente.

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Repartimos las porciones de carne, salsa y mandarinas uniformemente, espolvoreamos un poco de perejil picado muy finamente y nos preparamos a degustar de esta delicia culinaria en todo su vibrante explosión de sabores y texturas, desde el dulce al picante, pasando por el amargo y alternando bocados crujientes, melosos y azucarados. Un plato exquisito, fácil de preparar y capaz de agitar a los espíritus más indiferentes y que podemos acompañar con un arroz pilaf o unos tallarines gruesos –udon– para convertir en un excelente plato único.

Como en tantas otras ocasiones, una receta especial como la tierra de la que proviene y que nos permite viajar desde el fondo de un plato, el fondo de nuestras cocinas, hasta donde nuestra imaginación sea capaz de llevarnos.

Espero que ustedes la aprecien y disfruten como se merece. Y como también se merece este apasionante Juego de Blogueros que nos permite descubrir y compartir recetas en torno a un producto de temporada. Esto es todo por mi parte, ya solo me resta despedirme, como siempre deseándoles… bon appétit!

Categorías:Carnes, Juego de Blogueros 2.0, Platos únicos

Etiquetado:Azúcar, Cerdo, Chalotas, Especias, Guisos, Mandarinas

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Asado de Pollo al Hinojo, Anises y Cítricos

Publicado el lunes, 31 octubre, 2016

Esta receta es mi aportación a la Edición de Octubre 2016 del Juego de Blogueros 2.0 que, como siempre, dirige nuestra amiga Mònica desde su siempre interesante Blog Dulcedelimón que os invito a conocer y disfrutar. Podéis deleitaros con el resto de recetas de esta edición dedicada al hinojo o las uvas en los blogs que escriben nuestras amigas y amigos:

  • Elvira de Así se come en Granada
  • Fran de Cocinar y a comer!
  • Fe de Código secreto 280
  • Cristina de De Kooking
  • Mònica de Dulcedelimón 
  • Chus de El crepitar de los fogones
  • Rebeca de Enganchados a la Cocina 
  • Inma de Entre 3 fogones 
  • Ana N. de Entre obleas y a lo loco 
  • Raxel de Home & Run
  • Sandra de Just food lovers
  • Leila de La nueva cocina de Leila
  • Ligia de Los postres de Ligia
  • Neus de Rorosacabolas
  • Maryjose de Tapitas y postres
  • Gisela de Tu hora de la merienda
  • Silvia A. de Unapizcadena
  • Nela de Un toque de CaNela

Historias de hinojo.

Creo recordar que la primera vez que fui consciente de la importancia del hinojo en nuestra cocina –y paladar– tuvo lugar hace ya muchos años cuando me recomendaron recoger las caracolillas –caracoles pequeños de tono blanquecino / grisáceo– que se alimentaban de los brotes tiernos de esta planta común –en su versión salvaje– en nuestros campos ribereños. «Tienen un sabor anisado muy especial», me recomendaron. Y, en efecto, así era. Y así sigue siendo.

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Unos cuantos años más me sorprendo sentado a la mesa en un pequeño pueblo de la Campania italiana, donde un gesticulante camarero se esfuerza en hacerme entender con qué estaba hecho ese delicioso digestivo –aguardiente– casero con el que no obsequiaba tras una sencilla y brillante cena. «Fi-no-cchio, fi-no-cchio» repetía constantemente y en un tono que se elevaba en un peligroso crescendo –como todo el mundo sabe, si un extranjero no te entiende es porque no le gritas lo suficiente-. Finalmente, el camarero, al borde del colapso vocal –y el resto de la concurrencia entretenidísima con los «spagnoli»-, voló hacia la cocina y al instante reapareció agitando, brazo en alto, un bulbo de hinojo. Tras un fracasado intento por desaparecer bajo la mesa no me quedó más remedio que reconocer que, uno; no era –fonética y etimológicamente- tan difícil de adivinar. Y dos; ese delicioso aroma levemente anisado, ya conocido, me la había jugado. Una y no más.

Cuando las votaciones para elegir cuál iba a ser nuestro producto dieron por resultado un curioso empate entre las uvas y el hinojo, tenía claro –y así lo había votado– cual sería mi producto del mes. Me encanta el hinojo ya sea crudo en ensalada, en cremas o como guarnición. Solo o acompañando a otros ingredientes proporciona al paladar un leve matiz de regaliz y anisado refrescante único. Y, sin embargo, no es un producto que se prodigue por nuestras cocinas y recetas. Algo habrá que hacer.

Viajando con hinojo.

El repaso de varios libros y recetarios me confirmó lo que ya suponía; para encontrar una receta en la que este ingrediente sea la base de su elaboración hay que dirigir nuestros pasos hacia el mediterráneos hacia oriente ya que en nuestras cocinas se emplea, básicamente, como planta aromática –salvo en escasas excepciones que no he tenido el placer de degustar-.

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Los asiduos a este pequeño espacio sabéis de mi gusto y admiración por la cocina italiana. Y es precisamente en ella donde empiezan a surgir recetas simples y deliciosas de nuestro producto del mes: ensaladas dulces o picantes, cremas, guisos, frituras, empanadas rellenas o tartas. Todo un derroche de utilización –y aprovechamiento– del hinojo, además de un amplio catálogo en el que elegir y con el que experimentar.

Fue justo en este momento, sumergido entre dudas sobre recetas de origen transalpino cuando, de pronto, recordé una receta que ya había preparado en un par de ocasiones y en la que nuestra maravillosa hierba y sus semillas son esenciales. Golpe de timón culinario y geográfico y nos dirigimos hacia la tierra en la que mana – o manaban– la leche y la miel.

Para quienes no lo conozcan he de decir que «Jerusalén – Crisol de las cocinas del mundo» de Yotam Ottolenghi y Sami Tamimi es un libro excepcional en lo culinario y también –o tal vez sobre todo– en lo todo lo que atañe a la cultura, los viajes, la tolerancia y la convivencia, la historia y las pequeñas/grandes vidas de las personas. Es, también, una verdadera referencia en la descripción del Mediterráneo y sus pueblos, usos y costumbres, gustos y apetitos y a su capacidad transformadora. Una refrescante delicia de libro –y de edición– que se disfruta tanto con la vista, como con la imaginación y el resto de sentidos. No me voy a extender más en este aspecto, simplemente diré que es una joyita digna de cualquier biblioteca y de cualquier aficionado.

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La receta que os presento en cuestión –inspirada/basada– en este libro resulta simplemente deliciosa, diferente y adictiva. Combina sabores dulces y ácidos, anisados y picantes con texturas melosas y crujientes sobre una base de carne blanca –pollo, aunque bien podría ser otra ave o, porqué no, conejo– y con un punto aromático difícil de olvidar. Vamos, ya sin más dilación, con los ingredientes de esta receta en mi versión particular.

Los ingredientes.

  • Cuatro muslos y contramuslos de Pollo de Corral –por separado, es decir ocho piezas-. Se puede preparar también con un pollo entero y troceado –al gusto-.
  • Tres o cuatro bulbos de Hinojo –al gusto-.
  • Una Naranja –de zumo-.
  • Dos Limones verdes.
  • Cuatro Clementinas –o Mandarinas, algo más ácidas-.
  • Un vasito de Anís dulce –o Raki, Ouzo, Pastis, etc.-.
  • Una cucharada colmada de Mostaza a la antigua –con granos de mostaza-.
  • Dos cucharadas de Azúcar Moreno.
  • Una cucharada de Semillas de Hinojo aplastadas –al gusto-.
  • Un par de ramitas de Tomillo –o un pellizco de tomillo seco-.
  • Una par de pizcas de Pimiento de Espelette molido –o media pimienta cayena desmenuzada, al gusto-.
  • Unas ramitas verdes de Hinojo fresco –reservadas de los bulbos–
  • Aceite de Oliva Virgen Extra.
  • Sal y Pimienta –al gusto y con moderación-.

El marinado.

Lo primero que hemos de hacer para elaborar esta sencillísima receta es preparar y marinar los ingredientes principales. Para ello mezclamos en un bol –o en una cazuela amplia– el zumo exprimido de la naranja y los dos limones, el anís, la cucharada de mostaza, el azúcar moreno y cuatro cucharadas de aceite de oliva. Mezclamos bien los ingredientes y reservamos.

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Pelamos las capas exteriores de los bulbos de hinojo, cortamos los tallos y las bases, partimos cada bulbo en cuatro o seis trozos y rápidamente los introducimos en el marinado para que no se oxide. Separamos los muslos de los contramuslos –si no lo estuvieran-, lavamos y cortamos las clementinas en rodajas con su piel –unas cuatro por pieza– e incorporamos todo al marinado.

Para acabar añadimos las semillas de hinojo aplastadas –para potenciar su sabor– y el tomillo. Mezclamos con las manos bien todos los ingredientes, cubrimos con film y dejamos reposar –marinar– durante, al menos, un par de horas –mejor si es de un día para otro a fin de que los aromas y sabores se integren completamente-. Fase primera completada.

El asado.

Precalentamos el horno a unos 220ºC. Tomamos una fuente lo suficientemente grande como para acomodar todos los ingredientes –y líquidos del marinado– en una sola capa, pintamos levemente el fondo con un poco de aceite de oliva y disponemos los ingredientes cuidando de que los trozos de pollo queden con la piel hacia arriba –para que ésta resulte más crujiente-.

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Una vez el horno alcance la temperatura introducimos la fuente y asamos durante unos 45 minutos hasta que el pollo presente un aspecto dorado en el exterior y resulte tierno en su interior. Extraemos la fuente del horno y, con mucho cuidado, retiramos todos los jugos restantes a una cazuela pequeña. Reservamos el resto de ingredientes en la propia fuente cubierta con papel aluminio.

El acabado.

Tomamos la cazuela con los líquidos del asado y la acercamos al fuego vivo hasta que se reduzca y obtengamos una textura ligeramente densa –cuidado porque espesará más al ir enfriándose-. Los más osados / osadas pueden añadir algo más de anís o de zumo de naranja o limón a los jugos antes de iniciar la reducción.
En este punto podemos optar por emplatar en una fuente todos el asado o bien por presentar porciones individuales. En ambos casos terminaremos salseando ligeramente con la reducción de jugos que aportará un estupendo toque meloso dulce y anisado. Para finalizar, decoraremos con unas ramitas verdes y frescas de hinojo que habremos lavado y reservado. También cuidaremos de repartir todos los ingredientes principales –pollo, hinojo y clementinas– en cada porción, provenga de la fuente o del emplatado, ya que es su combinación lo que proporcionaba magia a esta receta.

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Y ya solo nos falta disfrutar de esta deliciosa receta con todo su maravilloso espectro de sabores, texturas, aromas y matices. Una receta especial como el libro y la tierra de la que proviene. Espero que ustedes la aprecien y disfruten como se merece. Y como también se merece este apasionante Juego de Blogueros que nos permite descubrir y compartir recetas en torno a un producto de temporada. Esto es todo por mi parte, solo me resta despedirme, como siempre deseándoles… bon appétit!

 

Categorías:Carnes, Juego de Blogueros 2.0, Segundos platos

Etiquetado:Anís, Asados, Clementinas, Hinojo, Marinados, Naranjas, Pollo

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Sardinas Marinadas con Confitura de Tomate y Queso Ahumado

Publicado el miércoles, 31 agosto, 2016

Esta receta es mi aportación a la Edición de Agosto 2016 del Juego de Blogueros 2.0 que como siempre dirige nuestra amiga Mònica desde su Blog Dulcedelimón que os invito a conocer y disfrutar. Podéis deleitaros con el resto de recetas de esta edición del juego dedicada al tomate en los blogs que escriben nuestras amigas y amigos:

  • Rosemary de Alacartemenus
  • Elvira de Así se come en Granada
  • Fran de Cocinar y a comer!
  • Fe de Código secreto 280
  • Mònica de Dulcedelimón 
  • Rebeca de Enganchados a la Cocina 
  • Inma de Entre 3 fogones 
  • Ana N. de Entre obleas y a lo loco 
  • Raxel de Home & Run
  • Cristina de De Kooking
  • Silvia K. de Kuinetes
  • Leila de La nueva cocina de Leila
  • Ligia de Los postres de Ligia
  • Ester de Los mundos de Piru
  • Silvia R. de Mis deliciosas tentaciones 
  • Noelia de Noestevez’blog
  • Maribel de Picoteando ideas
  • Neus de Rorosacabolas
  • Gisela de Tu hora de la merienda
  • Kemberlyn de Tupper Worker 
  • Silvia A. de Unapizcadena

Manos a la obra

Esta es una sencilla y resultona receta que aprendí a preparar hace ya unos años y que, según se acerca la temporada de verano, pongo habitualmente en práctica aprovechando el momento de excelencia de nuestras sardinas y acompañándolas con el toque intensamente dulce y aromático de la confitura de tomate casera e incorporándoles el punto de intensidad que solo un buen queso ahumado –Idiazabal o Gamonéu– pueden aportar.

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En este caso, la confitura de tomate proviene de la temporada pasada ya que por estas tierras aún no han alcanzado su punto óptimo de maduración –a pesar de que este verano haya resultado especialmente caluroso-. Y ya que es precisamente el tomate el producto elegido para esta edición del Juego de Blogueros, me voy a permitir replicar –con alguna leve matización– la receta de elaboración de la confitura que ya os presente hace casi dos años y que, junto a las preparaciones del Tomate frito y con Fritada, podéis consultar en esta entrada: Tomate casero {solo, en fritada y en confitura}.

Finalmente, para la preparación del marinado –y por lo general– prefiero optar por la opción más básica de «solo sal». La inclusión de otros aromas y sabores –cítricos, azúcares, especias, etc.– aportan diversos matices sobre el pescado –y, por tanto, la receta– que os animo a probar y valorar. En cualquier caso es necesario valorar la utilización conjunta de ellos en los dos ingredientes básicos de la receta –tomates y sardinas– a fin de armonizar sus aromas y sabores. Mi consejo es disfrutar de los sabores y aromas lo más naturales posibles. Vamos con los ingredientes:

Para la Confitura de Tomate

  • Un kilo de Tomates tipo Pera bien maduros.
  • Unos 750 gramos de Azúcar de caña.
  • Opcionalmente Aromas y Especias –Canela, Clavo, Cardamomo, etc.- al gusto y con moderación.

Para las Sardinas Marinadas

  • Una docena de Sardinas frescas de tamaño medio.
  • Un kilo de Sal Gruesa –la misma que para los pescados a la sal-.
  • Opcionalmente Aromas y Sabores al gusto; cítricos, especias, azúcar, etc.

Y, además

  • Unos 100 gramos de Queso Ahumado de calidad –Idiazabal o Gamonéu-. En caso de no disponer de uno de estos excelentes quesos podéis utilizar un Manchego semi-curado u otro de vuestro gusto y elección.
  • Aceite de Oliva Virgen Extra.
  • Una pizca de Orégano seco.

«Confiturando»

Comenzaremos por la elaboración de la confitura de Tomate. Lavamos los tomates y los escaldamos sumergiéndolos en agua hirviendo durante unos segundos a fin de poder pelarlos con mayor facilidad. Los enfriamos rápidamente, pelamos, partimos en cuartos y, con la ayuda de una cucharilla, retiramos las pepitas.

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Tomamos una cazuela y en ella vamos colocando alternativamente capas de tomate y azúcar a fin de que éstos se impregnen y se trasvasen los sabores. Dejamos reposar al menos durante un par de horas –mejor de un día para otro-.

Pasado el tiempo de reposo añadimos medio vaso de agua –y los aromas o especies si los hubiera– y acercamos la cazuela al fuego medio-suave. Removemos bien con la ayuda de una cuchara de madera y dejamos cocer muy suavemente durante unos 60/80 minutos- dependiendo de la cantidad de agua del tomate-. Una vez la textura resulte espesa –no demasiado ya que aumentará al enfriarse– retiramos del calor y reservamos –o bien embotamos en recipientes esterilizados para consumir a lo largo del año-. Opcionalmente se puede pasar por la batidora o robot a fin de obtener una confitura más fina.

Marinando

Vamos con las sardinas. Limpiamos, desescamamos y fileteamos o bien pedimos a nuestro pescadero que lo haga. Antes de empezar el proceso repasamos los filetes retirando cualquier espina o escama restante, los volvemos a lavar con un poco de agua fría y los secamos cuidadosamente sobre papel absorbente.

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Tomamos una fuente y en su fondo colocamos una capa de sal gruesa. Depositamos los filetes de sardinas sobre ésta, añadimos los aromas –si los hubiera– y volvemos a cubrir con sal. Repetimos el proceso tantas veces como sea necesario hasta tener cubiertos todos los filetes con su correspondiente capa de sal. Cerramos la fuente con papel film y reservamos al frío durante unas tres horas.

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Una vez transcurrido el tiempo del marinado –secado o salazón tal vez sería más correcto– las extraemos, lavamos cuidadosamente con un poco de agua, secamos y depositamos en un recipiente hermético cubiertas con Aceite de Oliva virgen extra. De este modo, las que no utilicemos inmediatamente, se conservaran perfectamente al menos durante un par de semanas –siempre en frío-. Vamos con el montaje y presentación.

 

Y montando

Cortamos el queso en bastones de unos 15 por 15 milímetros. Cortamos, a su vez, estos bastones en cuadritos de unos 3 ó 4 milímetros de grosor y, finalmente, volvemos a cortar cada cuadrado por la mitad para obtener dos triángulos. Extraemos los filetes de sardina del aceite, los escurrimos y colocamos dos de estos triangulitos en un lado del filete. Cubrimos el queso con la otra parte del filete y cerramos el bocadito con la ayuda de un palillo.

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Depositamos el bocadito en un plato o fuente apoyado sobre una de sus caras abiertas y colocamos una cucharadita de confitura de tomate bien fría sobre él. Terminamos con un brevísimo toque de aceite de oliva virgen y una pizca de orégano seco. La receta está lista para ser desgustada en todo su esplendor marino y marinado, ahumado y confitado. Un interesantísimo y refrescante contraste de sabores, elaborado a partir de dos productos de temporada –tomates y sardinas-que, con los procesos aplicados –confitado y marinado-, pueden obsequiarnos con su sabor y color incluso durante las largas horas de penumbra invernal.

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Esta ha sido mi breve pero cariñosa aportación al Juego de Blogueros. Espero que ustedes la disfruten y, por mi parte ya solo me resta desearles todo lo mejor y, como siempre… Bon appétit!

Categorías:Juego de Blogueros 2.0, Pescados y Mariscos, Pintxos y Entradas

Etiquetado:Azúcar, Especias, Queso, Sardinas, Tomate

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